La mona, aunque se vista de seda, mona se queda
Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
Sólo porque todo el mundo crea que algo es verdad, no significa que lo sea. El traje nuevo del emperador (Hans Cristian Andersen)
Imagina que tienes una casa vieja, que se está
cayendo a pedazos, donde nadie se siente cómodo, que se construyó en
una época en que todo era distinto: el precio del terreno, los
materiales, las técnicas de construcción, la composición de las
familias, las necesidades que ellas tenían, la tecnología, el medio
ambiente, etc. Tienes 2 alternativas bien concretas: O sigues
invirtiendo dinero a fondo perdido en volver a remendar una casa que
está condenada a derrumbarse (con el riesgo de quedar sepultado bajo sus
escombros) o la derribas de una vez y, sobre sus cimientos, refundas
un nuevo hogar, coherente con lo que demandan los tiempos que vivimos
y, sobre todo, los que nos esperan. ¿Qué harías tú?
Con la educación está pasando lo mismo que con
la casa vieja. El sistema se cae a pedazos pero todas las propuestas se
centran en conservarlo a toda costa y ponerle todos los parches que
sean necesarios. Últimamente, la mayoría de esos arreglos tienden a
concentrarse en inyectar más dinero en forma de becas para los
estudiantes, créditos más baratos, eliminar el lucro, aumentar el
presupuesto del Ministerio de Educación, etc. Ojala fuese tan fácil.
Singapur, uno de los países con mejor desempeño del mundo, gasta menos
en educación primaria que 27 de los 30 países de la OCDE. Drucker afirmaba que “es mejor hacer mal lo correcto que hacer bien lo incorrecto”. Si no se rediseña primero el modelo, gastar más dinero sólo servirá para
hacerlo inútil pero mejor hecho.
Curiosamente, no hay ni una sola voz discordante
que plantee que tal vez ha llegado el momento de cuestionar el
paradigma y optar por cambiar el modelo, de construir una casa nueva…
Es muy natural resistirse a dejar lo que nos acompañó por tanto tiempo
porque se ha generado apego, a veces por cariño, otras por puro interés.
En un artículo sobre energía, un experto comentaba: "Necesitamos
un nuevo fuego. El viejo fuego nos sirvió mucho. Nos permitió crecer
como especie y modernizarnos, pero ahora nos está generando problemas.
Ahora necesitamos un fuego que sea seguro y duradero”. Debe estar
todo el mundo muy entusiasmado con su “vieja casa educativa” porque no
surgen opiniones con la suficiente valentía como para
atreverse
a proponer que llegó el momento de agradecerle
los servicios prestados y tirarla abajo.
A nadie le gusta que le engañen pero hay algo
mucho peor que es engañarse a uno mismo. Eso estamos haciendo con la
educación desde hace ya demasiado tiempo y la trampa que nos hacemos es
muy burda: Aunque no queramos reconocerlo, el modelo de educación que
tenemos NO FUNCIONA, no resiste más PARCHES y hay que ENTERRARLO porque,
al igual que la casa vieja, su tiempo ya pasó. Está claro que hablar
de fomentar la innovación, de generar un país de emprendedores, de
impulsar el pensamiento crítico es fácil pero actuar en consecuencia es
bien diferente. Mi propuesta es muy simple: ¿Por qué no dejamos de
perder tiempo, recursos y energías en arreglar un modelo que hace aguas
de forma irreversible y nos dedicamos a pensar, sin límites ni
restricciones, un modelo innovador? El país que logre esta hazaña será
sin duda
pionero
a nivel mundial y obtendrá una ventaja competitiva
decisiva sobre el resto.
Si ciudadanos de todos los países evalúan muy
negativamente sus respectivos sistemas educativos y al mismo tiempo
colocan la educación como uno de sus temas prioritarios, ¿Qué podemos
hacer? He aquí 2 premisas y 3 paradigmas a considerar:
Primera premisa: Repensar la educación
Para este ejercicio, las 2 primeras preguntas
son: ¿Por qué existe la educación? y ¿Necesitamos educación? No crean
que todo el mundo está de acuerdo, basta recordar la conocidísima
proclama de Pink Floyd We don´t need no education.
Si como resulta probable, concordamos que es imprescindible un proceso
que ayude a preparar a los niños y jóvenes para la vida, entonces
también sería razonable preguntarse: ¿Tiene que ser tal y como lo
conocemos (y como siempre ha sido) o podemos imaginar otras
alternativas? Hasta la fecha, no ha habido manera de probar nuevas
fórmulas.
Segunda premisa: Concordar por qué la educación que tenemos es mala
Si nadie discute que necesitamos un proceso educativo y existe consenso respecto de que la educación es mala,
entonces es fundamental compartir un acuerdo sobre qué falla por que
hoy coexisten multitud de diagnósticos. He podido comprobar que hay
coincidencia en reconocer que la educación no funciona porque no cumple la promesa de prepararte para la vida y en concreto, para el mundo del trabajo.
Es un hecho que la educación existe para entregar a los jóvenes las
herramientas para que sean autónomos y puedan valerse por sí mismos.
Acceder a un trabajo que les permita subsistir y desarrollarse es su
primera prioridad. Como ejemplo, este ranking de universidades
es elaborado a partir de lo que dicen los empleadores. Ahora bien, si
la educación no
cumple dicha promesa no es porque los jóvenes no sepan lo que les han
enseñado (supuestamente han dedicado 17 años a estudiar y han aprobado
rigurosísimos exámenes) sino porque no les han enseñado lo que de
verdad hace falta para vivir y trabajar y por tanto, no saben lo que
es importante saber.
Si esto es así, ¿Qué hay que hacer para remediarlo? Se atribuye a Henry Ford la frase Si hubiese preguntado a la gente que querían, me hubiesen dicho que un caballo mas rápido.
Hace mucho que aprendí que añadir tecnología o invertir recursos en un
proceso que no funciona, sin haberlo repensado, no sólo no lo mejora
sino que lo empeora.
¿Estamos dispuestos a romper los principales paradigmas (curriculums
anticuados e inamovibles, cursos y asignaturas como elemento central,
preminencia de los profesores, aulas como epicentro de toda actividad,
exámenes como método de evaluación, notas como sistema de calificación,
etc.) para diseñar una nueva educación?
Primer paradigma: Lo que hay que saber ya está decidido VERSUS decidir qué es importante saber.
Todos sabemos que al terminar la universidad,
apenas éramos capaces de llevar a cabo alguna de las tareas que se
requieren en cualquier trabajo en una organización pública o privada.
En cierto modo era normal, no en vano habíamos dedicado 5 años a
escuchar profesores y estudiar y no a practicar esas tareas que nos
esperaban. Al mismo tiempo, para los empleadores que hoy contratamos a
un joven recién licenciado, su expediente académico es cada vez menos relevante
mientras asumimos que deberemos invertir mucho tiempo y dinero en
enseñarle lo necesario para que pueda rendir según lo esperado. Por lo
tanto, la primera gran decisión consiste en guardar momentáneamente los
curriculums actuales en un cajón y discutir, desde cero, cuales son los
desafíos que van a
enfrentar
nuestros hijos (medio ambiente, desempleo,
energía, salud, calidad de vida, distribución de la riqueza…) y que
necesitarán saber para superarlos. Si por ejemplo, llegamos a la
conclusión de que es importante contar con ciudadanos colaborativos
(que piensen en términos de “nosotros” en lugar de “yo”), tenemos que
dejar de fomentar la competencia feroz y el individualismo exacerbado
promovido ya desde los procesos de selección de numerosos colegios
pasando por los rankings de notas, etc. Si de verdad queremos ser
innovadores, entonces hay que abandonar los contenidos, la memorización
y el estudio tradicional y hay que fomentar las actividades, los
proyectos, los errores… La pregunta es ¿Qué ciudadanos queremos?
¿Estamos dispuestos a rehacer esos curriculums centenarios y que tienen
a tantos profesores y empresas interesados en mantenerlos
? No es la primera vez que nos referimos a este tema
Segundo paradigma: Se aprende estudiando
y aprobando exámenes VERSUS decidir cual es la mejor manera de
aprender eso que hemos acordado que es importante saber.
Las ciencias cognitivas han avanzado enormemente
en los últimos años para demostrar que resulta insostenible el hecho de
que no se modifiquen las metodologías de aprendizaje que llevan siglos
instaladas. Con ratios de 1 profesor para 30, 50 ó 100 alumnos,
aparentemente la única alternativa que tiene un profesor es “dar
clase”. La mayoría de los seres humanos creen que para aprender hay que
hacer un curso, asistir a un aula, escuchar a un profesor, estudiar un
libro y aprobar un examen. Así fue como aprendieron toda su vida y por
tanto ¿Cómo ponerlo en duda? Sin embargo, el proceso natural de
aprendizaje que todos hemos experimentado desde que éramos bebés nos
dice todo lo contrario: Aprendemos haciendo, practicando, persiguiendo
objetivos que nos importan, equivocándonos y corrigiendo nuestro
comportamiento hasta que logramos hacerlo bien. Todo lo
que
hacemos lo
aprendimos
así aunque no seamos conscientes de ello. Y ni
siquiera hay que ser experto en aprendizaje para darse cuenta. La
oscarizada película El discurso del Rey
es un magnifico ejemplo sobre cómo diseñar un proceso de aprendizaje:
tenemos por un lado un “aprendedor” (candidato a rey del imperio
británico) con un elevadísimo nivel de motivación por aprender a hablar
en publico sin tartamudear y tenemos por otro lado a un experto en
oratoria (no en educación). ¿Qué hace el experto para ayudar al
aprendiz? No le da ninguna lección magistral, no le obliga a estudiar
ningún texto ni le hace tests de respuesta múltiple para evaluarle y
ponerle nota. Al contrario, hace algo muy lógico. Diseña una serie de
actividades, de más simples a más complejas, para que el futuro
rey practique y le va corrigiendo a medida que este va cometiendo
errores. Así de sencillo, pone el foco en las actividades y no en los
contenidos. El rey trabaja duro y sufre para progresar ya que como
afirman los monjes shaohlin,
sin sufrimiento no hay aprendizaje. El experto sabe perfectamente que
los exámenes teóricos no tienen sentido porque nunca más en tu vida
como adulto volverás a examinarte, si exceptuamos al sacar el carnet de
conducir. También sabe de sobra que no necesita diseñar un curso,
dividirlo en asignaturas…
De nuevo tenemos ante nosotros otro gran desafío.
Si preparamos a los jóvenes para el trabajo, entonces necesitamos que
aprendan a hacer y no sólo que sepan, y para ello es imprescindible
practicar. A este tema también nos hemos referido muchas veces, porque
aunque sabemos aprender, parece que seguimos sin saber cómo aprendemos
Tercer paradigma: Los profesores son
responsables del estado de la educación VERSUS decidir el rol que deben
jugar los principales actores del modelo: Profesores, Padres y Alumnos
Todo el mundo cree que cualquier profesor, por el
hecho de serlo, sabe como se aprende y por tanto sabe enseñar. Falso. Y
todo el mundo insiste en que tener mejores profesores es sinónimo de
mejor educación. ¿Son realmente tan importantes los profesores?. Un
experto reconocido como Sugata Mitra probó, mediante su mundialmente famoso experimento Hole in the Wall,como
un grupo de niños es capaz de aprender a utilizar un computador sin
que existiera planificación alguna, sin saber el idioma y desde luego
sin profesor. De ahí su afirmación “si un profesor puede ser sustituido por un computador, entonces que lo sea”. Es lo mismo que en cierto modo preconiza la aclamada KahnAcademy, una idea tan encomiable como inútil
.
Antes
de obsesionarnos con tener mejores profesores, es necesario tener claro qué entendemos por un buen profesor.
A estas alturas, ya todos debiésemos saber que la característica
esencial de un buen profesor no es el dominio de su asignatura sino que
sea un experto en aprendizaje (especialmente en el difícil arte de la
motivación), algo que ocurre en escasas ocasiones, sobre todo en la
universidad. Existen profesores que creen firmemente en este principio
pero que rápidamente suelen ser liquidados
por el sistema. La realidad es que los profesores conocen sus materias
pero no saben cómo hacer que sus alumnos las aprendan. Aquí tenemos
otro desafío gigantesco: garantizar que todos los profesores sepan
enseñar.
Posiblemente la figura que mayor impacto tiene
en el desarrollo de un ser humano son sus padres. Desde que un niño
nace, no hay función más importante para sus progenitores que
acompañarle y guiarle en un apasionante, dilatado y complejo proceso de
aprendizaje. Y para este viaje ¿qué habilidades tienen los padres como
educadores? Aparte de su instinto, su cariño y su compromiso a toda
prueba, lo cierto es que ninguna. ¿Será suficiente con eso? Todos los
padres se lamentan de lo débiles que son sus estrategias a la hora de
educar a sus hijos. Nuevamente, aquí tenemos otro enorme desafío por
delante: Garantizar que todos los padres se conviertan en verdaderos
expertos en aprendizaje. El futuro de nuestros hijos depende en gran
medida de ello.
Respecto de los alumnos, tan sólo una reflexión:
Algo estamos haciendo mal cuando los niños no quieren ir al colegio y,
a los jóvenes, lo que de verdad les interesa de la universidad es el
título y no aprender. Como cualquier profesor sabe, el aprendizaje
depende de tener un “aprendedor motivado”, alguien que quiera aprender,
de otra forma todo se vuelve infinitamente más complicado. Si el refrán
dice, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, podemos refrasearlo así “no hay peor alumno que el que no quiere aprender”.
Mientras no nos preocupemos seriamente de cómo lograr que los alumnos
quieran aprender, simplemente seguiremos perdiendo la batalla.
Dejo para una columna posterior el análisis de
un paradigma específico: La tecnología no es la solución para el futuro
de la educación pero sin tecnología no hay solución.
No puedes resolver un problema en el mismo estado mental en que se creo (Albert Einstein).
¿Hasta cuando seguiremos engañándonos a nosotros mismos? En Chile
por ejemplo, se discute seriamente cambiar el incoherente régimen
electoral diseñado tras la dictadura e incluso el sistema tributario.
Sorprendentemente, las propuestas para resolver el desastre de la
educación no abordan el corazón del problema y se quedan en lo
superficial. ¿Será la educación el único dinosaurio que se mantiene
inamovible mientras el resto de la sociedad evoluciona y se moderniza?
¿Por qué no hay espacio al menos para probar algo distinto y darle una
oportunidad a un modelo nuevo? Si hay ideas que permitirían de verdad
innovar en un modelo que ha dado suficientes muestras de agotamiento
¿Por qué nada sucede? Mi opinión es que quienes tienen la
responsabilidad, es decir los políticos, no saben cómo hacerlo o carecen
del coraje requerido. Mien
tras tanto, quienes
están
involucrados en el fenomenal negocio de la educación (que son
muchos), carecen de voluntad, no tienen el más mínimo interés en poner
en riesgo sus suculentos beneficios, más bien al contrario. Por eso
todas las propuestas son siempre cosméticas e insisten en que todo siga
igual, en vestir a la mona de seda. Tengamos clara una cosa: jamás las
innovaciones provienen de los actores consolidados, de quienes dominan
un mercado sino de la periferia, de aquellos que no tienen nada que
perder con el cambio, de los outsiders, de los que no están encadenados
por los paradigmas. En el 2011, fueron los estudiantes quienes
amenazaron el status quo. ¿Qué nos deparará este 2012? Feliz año para
todos.
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